Published on

Volcán digital: cómo las redes reconfiguraron el voto popular en Bolivia

Authors

La plaza ya no es solo plaza: es una pantalla que vibra en la palma de la mano. Lo que antes se discutía en radios, mercados y sobremesas ahora se articula en feeds, historias y videos que se consumen en decenas de segundos. Las campañas políticas en Bolivia aprendieron, o se vieron forzadas a aprender, a hablar en ese idioma: ritmos rápidos, metáforas visuales, retóricas frágiles que buscan adhesión inmediata.

Las redes no llegaron despacio, irrumpieron como volcanes: destruyen paisajes conocidos, hacen florecer islas nuevas de población y dejan tras de sí geografías que hay que explorar para aprender a leer.

Ese volcán no es neutral. Alimenta lo emotivo y castiga lo complejo. Un meme puede sepultar una explicación técnica, un video de un minuto puede transformar una sensación local en una narrativa nacional.

El poder de amplificación que ofrecen las plataformas sirve tanto para encender movilizaciones como para propagar rumores. Y en un país donde la gente pasa horas conectadas, el terreno es fértil para quienes sepan construir relatos que se viralizan más que para quienes ofrecen programas de gobierno extensos.

Lo vimos desplegarse con una violencia silenciosa en las últimas elecciones: el mapa electoral se rehizo. Lo que parecía una hegemonía inmovible, el MAS un partido que articuló y representó durante décadas a amplios sectores populares, perdió su centro de gravedad.

En la primera vuelta este 17 de agosto, la ciudadanía colocó a nuevos protagonistas y las cifras reflejaron una caída histórica del MAS que todos conocemos, marcando el fin de un ciclo que había durado dos décadas. Esa fractura no fue solamente electoral: fue el resultado de desgaste, divisiones internas y de una ciudadanía que, harta o esperanzada en alternativas distintas, buscó otras rutas de la mano de Paz y Lara.

Pero perder votos no es sinónimo de evaporación social. El bloque popular, esa constelación de identidades, reclamos y tejidos comunitarios que hacen latir la política desde sus cimientos, no desaparece porque un partido deje de recoger su voto.

La gente no es un número que se borra, es una energía que se reubica. Cuando la maquinaria partidaria falla, cuando la vieja articulación deja de hablar con la voz que la comunidades reconoce, esa comunidad busca, y encuentra, otros cauces: expresiones de enojo que se traducen en votos nulos o fragmentaciones. El apodo “se fue a alguna parte” porque siempre estuvo en movimiento, simplemente cambió de cauce.

Las redes sociales actuaron como estos cauces. No inventaron demandas, esas nacen de la experiencia cotidiana: la salud, el salario, la educación, el acceso a servicio básicos, pero sí les dieron nuevas rutas para hacerse escuchar.

Un video que emocionó en una ciudad del oriente encontró eco en otra región, un ex policía y ahora tiktoker pudo traducir la rabia en un llamado a las urnas o a la calle. Ese tránsito es lo que hace “obvio” el destino del apoyo popular: cuando una organización se debilita, sus seguidores no se quedan sin brújula, la hallan en la primera voz convincente que logre traducir su descontento en lenguaje digital y prometer respuesta.

Esto tiene un doble filo para la democracia. Por un lado, la posibilidad de nuevas voces y actores emerjan y cuestionen hegemonías es estimulante: abre pluralidad, obliga a las fuerzas tradicionales a renovarse. Por otro, la velocidad y la opacidad del ecosistema digital facilitan la post-verdad, fragmentan la conversación pública y reducen la deliberación a reacciones inmediatas.

El reto es transformar la conversación viral en deliberación pública: ponerle frenos a la desinformación sin criminalizar la crítica; exigir transparencia sobre financiamiento digital sin cerrar la creatividad cívica; y, sobre todo, fortalecer la educación mediática para que la ciudadanía recupere herramientas para discernir.

Hay, además, una lección humilde para los agentes políticos: las mayorías no son eternas y el capital social exige reproducción permanente. Representar ya no sólo significa prometer desde un atril: hoy implica escuchar en chats, responder en comentarios, construir sentido en series de videos y sostener redes de confianza que no se limitan a la jornada electoral.

Y para quienes observan desde la academia o el periodismo, el deber es doble: no romantizar la caída de una fuerza, ni sobreinterpretar su derrota como el fin de los actores sociales que la respaldaban. Debemos mirar con claridad cómo se redistribuye esa energía social y qué nuevos pactos emergen de esa redistribución.

En última instancia, la irrupción de las redes en las campañas bolivianas es una invitación, o una advertencia: la política que viene exigirá más velocidad comunicativa, sí, pero también más honestidad en las formas de representar. No basta ganar un trending topic; hace falta transformar esa fiebre en políticas que mejoren una vida.

Y La Paz, Santa Cruz, El Alto y los pueblos intermedios seguirán ahí, con sus demandas intactas, esperando que quienes aspiren a representarlos aprendan no solo a hablarles por la pantalla, sino a escucharlos con la persistencia que la democracia reclama.

"Las opiniones expresadas en este blog son exclusivamente de los autores y no reflejan necesariamente las opiniones ni la posición oficial de la plataforma. Presente Bolivia no se hace responsable de las opiniones, comentarios o contenidos publicados por los autores. Cada autor es responsable de su propio contenido y de las consecuencias de su publicación."