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Maldito show
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- Gabriela Moreno
- @_gabymorenop_/
“Presos de la maldición del espectáculo”. Con esa mirada mordaz, El Cuarteto de Nos, banda de rock uruguaya, retrata una realidad: vivimos cautivos del formato, del ruido y de la impresión superficial. Esa lógica contamina la contienda electoral en el país.
Desde los medios tradicionales (periódicos, televisoras y portales digitales), se armó un montaje mediático en que cada enfrentamiento político, cada escándalo, cada tuit viral y cada foto de campaña parece obedecer más al libreto del entretenimiento que al verdadero debate racional.
Las declaraciones irresponsables de todos los bandos, especialmente el evismo, funcionan como eje dramático: portadas, boletines y debates se alimentan de acusaciones cruzadas y tensiones personales, mientras las propuestas de fondo sobre empleo, educación, salud, seguridad y medio ambiente quedan relegadas a segundo plano.
La inhabilitación de Evo Morales, la figura con mayor capital político desde principios de los 2000’ (nos guste o no), fue narrada como una telenovela política, con protestas que derivaron en violencia que arrebató las vidas de 6 personas en los conflictos de Llallagua, polarización exacerbada y “necrológicos que venden la muerte como sponsor”, citando nuevamente al cuarteto, ya que prefieren el escándalo antes que el análisis real.
La prensa tradicional, además de fomentar ese enfoque escénico, permite que campañas encubiertas y bulos circulen como si fueran noticias legítimas, como en los conflictos de Llallagua donde los dos medios más grandes del país (la red roja y la red naranja) compartieron videos sacados de contexto sobre militares llegando en paracaídas. Estas campañas se nutren precisamente del formato: gráficos sensacionales, titulares alarmistas y videos falsos que capturan más atención que la verificación.
Pese a que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) socializó reglamentos sobre propaganda y encuestas preelectorales con más de 230 medios digitales, incluyendo sanciones en caso de incumplimiento, varios medios tradicionales han evadido estas normas a través de difusión parcial, omisión de contexto técnico y dándole micrófono a declaraciones insensatas de diversas autoridades.
En ese sentido, el fenómeno del politainment, mezcla de política con entretenimiento, se ha fortalecido: la información electoral se transmite como espectáculo, las campañas se diseñan como producciones virales y los debates son shows televisivos con poco análisis sustancial.
Como consecuencia, el electorado queda atrapado en una dinámica adversarial e hiperestimulada: se vota por quien genera mayor simpatía visual o impacto emocional, no necesariamente por quien tenga la propuesta más sólida. La saturación sensacionalista genera fatiga informativa, apatía y en muchos casos escepticismo hacia el sistema democrático.
Lo que debería ser un ejercicio cívico libre termina sintiéndose como una función de circo político: mucho ruido, poca sustancia y un riesgo creciente de manipulación ciudadana.
Para romper el hechizo del espectáculo, la ciudadanía debe desafiar el formato: contrastar medios y priorizar aquellos independientes, recurrir a plataformas verificadoras y participar en iniciativas de alfabetización mediática impulsadas por la Coalición Nacional contra la Desinformación Electoral y el PNUD, que integran decenas de organizaciones para promover información veraz y confiable en el proceso electoral. También es vital preguntarse: “¿este contenido informa o solo entretiene?” No basta con leer titulares virales, hay que exigir contexto, técnica y profundidad.
Nadie nos condena a participar del maldito show. Estamos atrapados si permitimos que la política se reduzca a formato y escenografía. Solo al exigir reflexión crítica, transparencia, propuestas y análisis, podremos dejar de ser espectadores pasivos y convertirnos en electores conscientes. Así, esta elección dejará de ser un mero espectáculo mediático y volverá a ser ejercicio democrático con significado.