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El Circo electoral boliviano: Política convertida en espectáculo

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En Bolivia, el proceso electoral de 2025 no parece un ejercicio democrático serio, sino una tragicomedia nacional. A juzgar por el rumbo de los acontecimientos —candidaturas improvisadas, inhabilitaciones escandalosas, una oposición incapaz de unificarse y un debate presidencial digno de un show de medianoche— lo que tenemos frente a nosotros no es una contienda electoral, sino un espectáculo de bajo presupuesto. Un circo político donde cada quien interpreta su papel, pero pocos parecen tomarse en serio el futuro del país.

El término “circo electoral” no es una metáfora forzada. Es una descripción precisa de lo que se ha vivido en los últimos meses. Desde las inhabilitaciones de Jaime Dunn y Evo Morales, hasta la guerra interna por las siglas del MAS y otros partidos, la contienda ha estado más marcada por la judicialización, la desorganización y las zancadillas entre bloques que por el intercambio serio de ideas o propuestas. En el fondo, más que un proceso electoral, lo que vemos es la puesta en escena de un Estado que se sostiene sobre la desconfianza y el oportunismo político.

La inhabilitación de candidaturas es, en teoría, un asunto legal. Pero en Bolivia, lo legal rara vez es solo técnico. El caso de Dunn —inhabilitado por no presentar a tiempo su solvencia fiscal— y el de Evo Morales —fuera del juego por decisión del Tribunal Constitucional— dejan entrever un trasfondo de pugnas políticas y disputas por el control del aparato estatal.

Mientras tanto, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) juega un papel ambivalente: se victimiza por los ataques que recibe de los actores políticos, pero también se muestra incapaz de garantizar un proceso transparente y ordenado. Las propias palabras de su presidente, Óscar Hassenteufel, describen un panorama caótico: organizaciones políticas improvisadas, reglas poco claras y una ciudadanía que ya no confía en la institución que debería arbitrar el juego democrático.

En el campo de la oposición, la situación es igual de preocupante. El intento de definir un candidato único fracasó estrepitosamente por falta de acuerdos, desconfianzas mutuas y egos inflados. Tuto Quiroga se retiró del pacto alegando tecnicismos legales, pero lo que evidenció fue una falta de voluntad real para ceder protagonismo. Las acusaciones cruzadas entre Quiroga y Doria Medina dejan a la oposición más fragmentada que nunca y con menos capacidad de hacerle frente al MAS o a cualquier fuerza oficialista.

Las candidaturas, por su parte, parecen salidas de una mala improvisación. Eduardo del Castillo, del MAS, no solo da señales de no tomarse en serio su postulación, sino que declaró abiertamente que su objetivo es “divertirse” y “molestar” a sus contrincantes. Andrónico Rodríguez, en cambio, intenta jugar al heredero moderado, pero no se atreve a romper del todo con Evo. Mientras tanto, figuras como Mariana Prado siguen orbitando alrededor del expresidente, sosteniendo vínculos que no terminan de romperse, pero que tampoco permiten construir una identidad política autónoma.

El debate presidencial fue, para muchos, el colmo del espectáculo. Un evento que debía marcar un hito en la cultura democrática del país terminó convirtiéndose en una pelea de egos, acusaciones personales y ausencia total de propuestas. Se habló más de fotos y viejos conflictos que de economía, salud o educación. El candidato más destacado, Samuel Doria Medina, lo fue simplemente por no salir tan golpeado como los demás: un dato que revela el bajísimo nivel del debate.

Todo esto ocurre mientras la sociedad boliviana observa con hartazgo y preocupación. El “asco” por la política ya no es solo una figura retórica, es un sentimiento tangible que se percibe en las calles, en las redes sociales y en los debates familiares. La gente quiere certezas económicas, estabilidad institucional y liderazgo confiable, no peleas de bar ni candidatos convertidos en influencers de campaña.

Hoy, más que nunca, el país necesita una ciudadanía crítica y bien informada. Votar “porque me cayó bien en TikTok” es una frivolidad peligrosa. Las herramientas para investigar propuestas, biografías y planes de gobierno están disponibles: plataformas como Chequea tu voto o medios de verificación son aliados valiosos para un voto consciente.

El circo electoral puede hacer ruido, generar titulares y entretener a algunos. Pero no resolverá los problemas estructurales de un país que lleva dos décadas arrastrando crisis económicas, sociales y políticas. La esperanza no puede depositarse en una función más del espectáculo. Debe construirse desde la exigencia ciudadana, la organización colectiva y, sobre todo, el voto informado. Porque si seguimos confundiendo política con show, terminamos aplaudiendo payasos mientras el país se cae a pedazos.

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