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¿Letargo de La Paz? El Reto de Repensar la(s) Ciudad(es)

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“La Paz se encuentra en un ocaso”, “La Paz ya no es lo que era”, “El retraso de La Paz es casi irremediable”… son frases que escucho con frecuencia entre amigos, colegas y coterráneos. Y en cierta medida, es cierto. La Paz se halla en una encrucijada —lo afirmo sin sobresaltos, porque no es la primera, ni será la última— que nos invita a repensar su presente y, sobre todo, su futuro como ciudad, como departamento y, por supuesto, como parte integral del país, ya que históricamente la ciudad de La Paz ha marcado los pasos del desarrollo y vanguardia.

La relación —casi simbiótica— entre el destino de esta ciudad, sede de gobierno, y el del país, ha generado históricamente transformaciones estructurales en ambos contextos. Bajo esta premisa —muy personal— es válido traer a colación, como dijo Cecilia Lanza; “El país cambió, La Paz cambió”. Considero que este breve interludio o letargo que atravesamos, se debe al cambio radical de élites o grupos de poder (2003) que no han tenido la capacidad de re-pensar la ciudad y departamento a largo plazo.

En la actualidad, La Paz, como ciudad y como departamento se encuentra en una situación incómoda, por no decir, sin norte (al igual que el país). Y para colmo, justo en el bicentenario de nuestro país, las autoridades de los tres niveles del Estado —Arce, Quispe (sí, habíamos tenido gobernador) y Arias— nos dejan entrever que este entumecimiento de La Paz pareciera no tener remedio. Sin embargo, La Paz ha enfrentado crisis aún más severas y ha tenido la capacidad de adaptarse a distintas circunstancias… como diría Sáenz:

“[…] Esta ciudad no se verá desvirtuada; no dejará de ser lo que es. No morirá. Cosa tal no ocurrirá, sino con la desaparición del último paceño sobre la tierra —y perdónesenos la vehemencia.”
(Imágenes Paceñas, 2012).

Es así que, en este ciclo de estabilización y transición a partir del 8 de noviembre con un nuevo gobierno, La Paz debe comenzar a resolver sus propios desafíos locales y repensar su rol en el país, es decir, las autoridades de los tres niveles del Estado deben ponerse de acuerdo para el desarrollo de la ciudad, departamento y país. Es cierto, los paceños siempre hemos pensado en cuestiones nacionales, pero ahora toca pensar en doble partida. Esto no implica una visión más centralista – como probablemente lo está pensando algún lector – pues, en gran medida, a veces la gente confunde el centralismo – el Estado y aparato burocrático – con el departamento/ciudad de La Paz, cuando son entes que coexisten, conviven, pero no se benefician ni afectan de la misma manera.

Continuando aquella línea, algunas voces sostienen que ser sede de gobierno retrasa el desarrollo de la metrópoli paceña. Yo discrepo. Al igual que otras capitales latinoamericanas —Buenos Aires, Bogotá, Lima, Santiago— La Paz convive con el caos y el conflicto político-social. Pero su verdadero desafío ha sido, y sigue siendo, pensar La Paz a largo plazo, tener un norte claro. Sentar a los sectores sociales – transportistas, gremiales, y sectores privados – y a actores de la sociedad civil para garantizar un desarrollo pleno, despertar de este letargo de más de 20 años. Es posible.

Una vez que se haya cumplido esta primera tarea, como ciudad, – un proceso de por lo menos una década – La Paz debe levantar la cabeza y ver en lo alto, 400 metros por encima, a ese gigante económico que nos ha doblado en tamaño, en población. Es menester considerar a El Alto, tomando en cuenta que, en la vida cotidiana ambas urbes se entrelazan de forma casi natural. Y que hoy, ambas ciudades dependen una de la otra.

Esa es la respuesta. Pensar y consolidar La Paz como un eje metropolitano. Inicialmente La Paz y El Alto, tienen los mismos problemas en varios aspectos, pero también las mismas falencias; como consolidar un polo de desarrollo económico en el occidente boliviano. En suma, La Paz no debe resignarse a la decadencia ni quedarse anclada en el pasado. El desafío está en dejar de lado ciertos prejuicios y juicios de valor entre ambas ciudades. Claro está, que esto también cuenta con intereses ajenos a cada realidad, pero, quiero creer que por encima de esos intereses podemos sentarnos y dialogar en un modelo metropolitano integrador. Solo así —con nuevos liderazgos y visiones complementarias— se podrá gestar un futuro distinto, un futuro planificado, con desarrollo urbano y económico, un futuro compartido, por el bien de Bolivia.

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