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Bicentenario boliviano: ¿Qué tenemos realmente para celebrar?

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Cuando la rojo, amarillo y verde ondee al unísono el 6 de agosto de 2025, Bolivia conmemorará 200 años de su independencia. Oficialmente a través de una nutrida agenda cultural, tecnológica y protocolares proyectadas desde julio hasta finales de agosto (incluye olimpiadas de informática, conciertos de miles de músicos, inauguración de infraestructuras, emisión de una moneda conmemorativa y una serie cinematográfica). El presidente Luis Arce ha definido este momento como un punto de partida hacia la “segunda y definitiva independencia” económica y democrática, enuncia la urgencia de un “gran pacto social” que priorice la unidad por sobre las divisiones. Pero no conviene engañarse con la pompa: Bolivia vive uno de los momentos más críticos de su historia reciente.

La inflación rondó el 9,97 % en 2024, la más alta desde 2008, mientras persiste una grave escasez de dólares que ha hecho florecer mercados paralelos y controles extremos en compras electrónicas. El déficit fiscal supera el 10 % del PIB, prioridad para el pago de deuda externa frente a la provisión de combustible. Los economistas advierten un “momento de falta de liquidez extrema”.

Desde el intento de golpe de Estado en junio de 2024, con tanquetas desplegadas frente al Palacio Quemado, hasta la fractura interna del MAS y el levantamiento evista que dejó muertos tras enfrentamientos en Llallagua, el ambiente político está en combustión lenta. Las elecciones generales (en tan solo dos semanas) tienen como eje principal estas tensiones: un partido dominante en crisis, un expresidente inhabilitado y con poder de convocatoria y una oposición fragmentada (e inexistente).

Un año antes del Bicentenario, Bolivia sufrió los incendios forestales más devastadores de su historia. En 2024 se perdieron más de 10 millones de hectáreas (58 % bosque primario), originándose un desastre nacional y dejando secuelas ecológicas que tardarán un siglo en revertirse.

A ello se suma el proyecto de ley 096 que busca suspender la función social y económica de tierras, desactivando incluso la fiscalización contra desmontes e incendios, lo cual preocupa seriamente a las organizaciones ambientalistas. Mientras tanto, inmigración rural urbana, pobreza estructural, desigualdad educativa y precariedad laboral siguen siendo temas sin respuesta real.

En este contexto se podría decir que no hay motivo para celebrar con postales editadas: la crisis económica, política y ecológica opaca el brillo del Bicentenario. Sin embargo, faltar a este rito colectivo en 2025 sería una pérdida histórica simbólica y un error moral: Bolivia necesita un punto de inflexión.

Aquí no cabe el positivismo tóxico. No basta con negar los problemas ni teñir de euforia una hoja en blanco. Pero el momento tampoco está perdido. Si algo enseña la historia boliviana es que cada crisis, desde la colonia, pasando por dictaduras y golpes de estado, fue también un contrapunto a su resistencia y creatividad colectiva.

Bolivia no necesita un acto de celebración vacía: necesita un acto de conciencia colectiva. Podríamos recitar cantares e himnos; podríamos inaugurar obras; podríamos bailar y vestir con banderas. Pero si no transformamos profunda y estructuralmente el modelo político, educativo y productivo, el Bicentenario será un bello cartel para una ruptura que no se cerró.

Tampoco se trata de crucificarnos por lo que somos: Bolivia ha construido resistencia aún siendo saqueada y marginada. Los sueños de 1825 estaban llenos de esperanza porque venían de abajo, de cholas, aldeanas, cañeros, obreros, no de entregables estatales. Nuestro verdadero reto hoy es reescribir esa esperanza desde la cultura democrática, la justicia intergeneracional, el trabajo digno, el cuidado de la Madre Tierra y el reconocimiento pleno de nuestra identidad plurinacional.

Así pues, ¿celebramos? Escoltando la amargura con compromiso sí, una celebración consciente, militante, pedagógica y creativa, dirigida hacia el Bicentenario de verdad: el de un país que no solo celebre su independencia, sino también reabra su camino hacia la dignidad, la igualdad, la sabiduría colectiva y la reconciliación consigo mismo.

No es fácil, no es rápido. Pero si 2025 se inaugura como un año de conversaciones difíciles, rendición de cuentas y escucha, entonces este Bicentenario no será solo una fiesta del pasado, sino el umbral de lo que Bolivia todavía puede —y debe— ser.

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