- Published on
¿Seré políticamente cómplice por idealizar a la izquierda?
- Authors
- Name
- Denilson Montano
- @vibesofdenil/
¿Será que sigo siendo políticamente cómplice porque aún idealizo a la izquierda como
ese novio perfecto que nunca llega, pero al que nunca dejo de justificar y pierdo toda crítica?
Denilson Montaño Segovia
Dejar de romantizar a la izquierda —no en el sentido de renunciar a la utopía, sino de sacar la del lugar del "ideal amoroso"— es un ejercicio necesario si quiero observar los logros históricos del pueblo sin filtrarlos a través de la personalización política. ¿Por qué insisto en reducir conquistas colectivas a liderazgos individuales o relatos partidarios?
Esta dinámica ha resultado costosa, porque si el líder “la caga”, se suman ahí todas las conquistas; luego ocurre el despojo que hacemos quienes resistimos.
Mientras la izquierda se aferra a su relato “el mismo de siempre”, es la derecha la que ha logrado apropiarse, con eficacia simbólica, de la palabra “pueblo". Des-romantizar es, en este contexto, una forma de resistencia crítica.
Cuando hablo de "no romantizar", no lo hago desde el palco cómodo de quienes se autodenominan "a partidarios/as", o los/as anarquistas que quieren abolir el Estado y comparten una línea delgada con la política de Milei, claro ejemplo cuando en los medios mencionan a María Galindo como la Milei de Bolivia, aquel lugar que muchas veces encubre una mirada individualista de la política en mi país.
Hablo desde el lugar de quienes ponemos el cuerpo, de quienes alguna vez también caímos en el amor romántico con la izquierda —o lo que queda de ella—, gritando con voz firme consignas como "¡La lucha sigue!" o "¡Libertad para los pueblos!”, consignas que se escuchan, pero quedan estancadas en el cablerío de la calle. No necesito hablar de juventud: la juventud pasa, después me hago vieja y todo sigue igual. Si sigo siendo romántica de la izquierda que no cuestiona, que repite verdades como el padre nuestro, esa revolución no es posible. Y perdóname, amora, pero Marx no lo explica todo.
Es que, hermanas, hablar de la romantización no es fácil. Porque sí, he llegado a romantizar los procesos políticos, y en ese acto muchas veces he perdido el eje. ¿De verdad creo que estoy viviendo en el socialismo? Me aferro a símbolos, discursos y gestos que me dan esperanza, pero que también me nublan la mirada.
Romantizo, sobre todo, cuando algo me toca profundo: cuando creo ver en el otro la posibilidad de tejer sueños, de imaginar utopías, de construir complicidades que desafíen lo establecido. Pero una cosa es la esperanza, y otra muy distinta es la ingenuidad.
A veces caigo en una especie de estupidez emocional: aparece un progresista con buen discurso y ya me armo la película del macho aliado, proveedor, sensible... hasta que termina replicando las mismas violencias de siempre.
Y es que cuando algo me conmueve, entrego el cuerpo sin medir el riesgo, sin pensar en la próxima bofetada. Poner el cuerpo no es fácil. Cuántas veces he tenido que tragarme injusticias, callar ante la mediocridad disfrazada de cambio, resistir lo que no debería ser tolerable. Cuántas veces he sostenido lo insostenible. Y aun así, ahí estoy, poniendo el cuerpo gratuitamente, sin garantía alguna. ¿Cuántos cuerpos están olvidados y sin justicia?
Considero que, en este afán de romantizar la izquierda, muchas veces me niego a ver sus propias contradicciones. Y claro, lo digo sin pretender ocupar un lugar de pureza política, porque no defiendo todo "porque sí", sin antes haberlo pensado y masticado colectivamente.
Sé que algunas —sí, algunas o pocas— dirán que “el feminismo se volvió facho" solo porque se atrevió a cuestionar lo que históricamente ha sido intocable: el liderazgo machista que hay ahí adentro. El silencio jamás será la opción contra las injusticias, y no hablo solo en términos de lucha de clases: hablo de cuerpos, vidas y sobre todo de mujeres.
Des-romantizar la izquierda no es traición, es un acto de cuidado, de dignidad política. Es decir, basta a las dinámicas injustas que reproducen brechas dentro de mis propios espacios, sobre todo en los liderazgos.
Es que, hermanas, hablar de la romantización no es fácil. Porque sí, he llegado a romantizar los procesos políticos, y en ese acto muchas veces he perdido el eje. ¿De verdad creo que estoy viviendo en el socialismo? Me aferro a símbolos, discursos y gestos que me dan esperanza, pero que también me nublan la mirada y colocan una curita sobre la clase trabajadora.
Romantizo, sobre todo, cuando algo me engancha. Y sí, hermana, la lucha me engancha. Acaso cuando conozco a alguien que me encanta y descubro cierta posibilidad de tejer sueños, de imaginar utopías, de construir complicidades que desafíen lo establecido... eso también ocurre en términos de la política. Y es algo similar por el actuar patriarcal de las cosas.
Vivo en una dinámica de masoquismo político. Una rutina de aguantarlo todo: las contradicciones, las decepciones, las traiciones silenciosas. Estoy al lado de mis propios compañeros, incluso cuando cada paso que dan parece alejarlos más de lo que alguna vez dijeron defender. Y ahí me quedo, soportando.
Porque no es solo el sistema el que me golpea, también lo hacen quienes caminan a mi lado. Y sin embargo, me quedo. Por lealtad, por amor, por loca, por no dejar que todo se derrumbe. Pero, ¿cuánto más se puede resistir sin romperse? Y tú y yo sabemos que el amor es otra cosa.