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¿Generación del Bicentenario?
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- La Aparicio
- @la.aparicioooo/
El Bicentenario llegó, es un momento importante para reflexionar sobre el país y hacer el ejercicio de pensar más allá de los polos opuestos, socialismo vs. liberalismo o sobre las “dos bolivias”. Después de recoger muchas reflexiones de amigos y amigas de mi entorno y de conversar con personas fuera de mi burbuja social, quiero contarles mi lectura de estos 200 años de independencia.
En principio, mi visión fue absolutamente gris, pienso en el país, en la política partidaria, veo los datos y me siento derrotada. Los datos del bicentenario son escalofriantes, según Unicef, casi la mitad de los niños y niñas son pobres, el 47%, y 1 de cada 6 viven en pobreza extrema. Por otro lado, según la fiscalía, en los primeros 4 meses del año recibieron 2.750 denuncias por abuso sexual y violación, eso equivale a casi 22 abusos y violaciones por día, una locura. Esto es solo lo que se denuncia; hay muchísimos casos que no se denuncian porque no confiamos en nuestro sistema de justicia.
Según los datos del Barómetro de las Américas en 2023, sólo el 20,7% de los bolivianos y bolivianas confía en que el sistema de justicia garantice un sistema justo, eso nos pone en el penúltimo lugar a nivel latinoamericano. Ni hablar de nuestra confianza en la policía, estamos en el puesto más bajo en Latinoamérica, solo el 19,3% confía en ellos, también según el Barómetro de las Américas del 2023.
Sobre el medio ambiente, Bolivia ocupó en 2024 el segundo lugar entre los países con mayor pérdida de bosques tropicales por los incendios, según Global Forest Watch, estamos destruyendo nuestra riqueza natural. Eso sin contar la contaminación en los ríos del Amazonas por la minería ilegal del oro, en un estudio realizado por la Central de Pueblos Indígenas de La Paz (CPILAP) para determinar la contaminación del río con muestras de cabello, se encontró que el 74,5% de las personas analizadas en 36 comunidades indígenas poseen concentraciones de mercurio por encima de los estándares de la OMS.
Todos estos datos alarmantes, ni siquiera incluyen la situación actual de la corrupción, trata de personas y del narcotráfico en nuestro país. De estas últimas dos problemáticas, las personas de bajos recursos, especialmente del área rural y zonas periurbanas, se ven expuestas a este tipo de crímenes organizados. No tenemos muchos datos sobre esta realidad, porque de hecho, Bolivia es un país sin datos disponibles, hay que escudriñar en internet o hablar con expertos para obtenerlos. Los datos de la realidad boliviana no están democratizados, estamos en tinieblas y lo que es peor, en Bolivia no se gobierna, ni se legisla con datos. Es un país que pide a gritos hacer política partidaria con ciencia e investigación.
Por otro lado, ya en el plano meramente político, el descontento generalizado contra todas las opciones político-partidarias se ve en todas las encuestas hasta ahora, ningún político supera el 23% de intención de voto y el porcentaje de votos nulos, blancos e indecisos es altísimo. Es claro que ninguno cumple nuestras expectativas, los debates presidenciales y vicepresidenciales se reducen a ataques personales, a reflotar acciones del pasado y lanzar propuestas que tienen más de demagogia que acciones claras.
Y cómo olvidar la dura crisis económica que está empezando y que va a estar aquí unos buenos años. Sí, las clases medias van a verse precarizadas, pero la gente que vive del día, que se gana el pan en las calles, empieza a sentir el estómago vacío cada vez más seguido. Todo lo que se avanzó en reducción de pobreza está en riesgo de retroceder, por la mala administración de las últimas dos décadas, la irresponsabilidad y los problemas estructurales que arrastramos desde nuestra fundación y que no superamos.
En junio registramos la inflación más alta de toda la región con 5,21%, según datos recopilados de Bancos Centrales e Institutos de Estadísticas Nacionales de los países de Latinoamérica. Nuestras reservas internacionales netas en dólares solo bajan, según los datos del Banco Central, llegamos el 2014 a un pico de 15.123 millones y en 2024 bajamos a 1.976 millones de dólares.
Ahora no tenemos dólares ni siquiera en la calle, se nos acaba el gas y la deuda pública —interna y externa— crece. Aparece también la posibilidad de entrar en default y que ya no podamos pagar nuestras deudas como Estado. Esta no sería nuestra primera vez, en 1931 y en 1984 declaramos la cesación de pagos. Por ejemplo, la crisis económica de 1931 a la cabeza de Daniel Salamanca —en esa Bolivia donde mujeres, indígenas y campesinos todavía no existíamos políticamente— estuvo ligada a que nuestros yacimientos de estaño empezaron a agotarse, los precios del mercado internacional a desplomarse, mal manejo de los recursos del Estado y, para empeorar la situación, unos años después se da la Guerra del Chaco.
La historia suena parecida a lo que pasa ahora, ¿no? Mala administración pública y dependencia a materias primas. Pero esa guerra y esa crisis nos hizo tocar fondo y empujó a la apertura de nuevos ciclos políticos históricos. Luego de la Guerra del Chaco, muchos jóvenes que vivían en el área rural empezaron a migrar a las ciudades y a cuestionarse por qué tuvieron que dar la vida muchos de sus compañeros por un país que ni los reconocía como sujetos políticos con derecho al voto. La revolución que vino después, en 1952 no fue coincidencia, ni casualidad.
Pero volviendo a la economía, que es de los temas que más nos preocupa, la dependencia al extractivismo y la monoproducción es un fantasma que nos persigue y nos tiene condenados. En estos 200 años no hemos logrado diversificar nuestra matriz económica para dejar de ser tan vulnerables y dependientes de nuestras materias primas, otra vez, crisis política y económica profunda. Por eso decía al inicio que me siento derrotada, pareciera que no aprendemos de nuestra historia. Pero creo que hay que sacarnos el bulto, ese “quepi” pesado que llevamos en nuestras espaldas de ser bolivianos y siempre tener malísimos resultados hasta en el fútbol, hay que mirar, analizar con esperanza en una mano y en la otra, el golpe de la realidad.
Somos un país que puede tener un gran futuro. Ya hemos salido de crisis económicas como esta y, a pesar de todo, seguimos aquí. Esa frase, “a pesar de todo seguimos aquí” nos caracteriza desde la fundación. Según Charles Arnade y José Manuel Restrepo, Simón Bolívar no pensó en una Bolivia independiente en un inicio, él pensaba en que debíamos ser parte de la Gran Colombia o de Perú, pero finalmente, no. Bolivia se fundó contra todo pronóstico, con el viento en contra, pero en 1825 finalmente se firmó el Acta de Independencia y ahora resulta que somos bolivianos.
El Acta de Independencia es un romanticismo sobre la libertad y la independencia frente a la corona española, pero no va más allá. En ese momento, ¿qué nos hacía bolivianos? y ahora, ¿qué nos hace bolivianos? ¿De qué se trata la bolivianidad?
No quería quedarme solita preguntándome a mí misma qué cosa es ser boliviana, así que cada que salía a las calles le pregunté a quién podía qué los hace bolivianos. Hay una cosa en común en todas las respuestas: abrían los ojos, se quedaban callados un buen rato y no salía una respuesta rápida o clara. Algunos se quejaban de la pregunta diciendo que era difícil de responder, les doy la razón, es difícil. Pero me propuse sacarles una respuesta a como dé lugar.
Una vendedora de dulces me dijo —“ser trabajadora”— tiene sentido, los bolivianos que migran se caracterizan por ser trabajadores y bien honestos. Un taxista me dijo que su carnet lo hacía boliviano, nada más. Otros me dijeron que la diversidad, la fiesta, el carnaval, las tradiciones; otros, dijeron la riqueza natural. Una persona en específico me dijo: “no soy boliviana, soy paria”, quizá algunos sepan de quién hablo. Y charlando con un amigo me dijo, quizá lo que nos hace bolivianos es esta continua reinvención, resistencia y adaptarnos a como dé lugar. Como en la independencia, contra todo pronóstico salimos adelante de cada crisis y de cada ciclo político. Coincidió con una cuidadora de autos, quien me dijo que salir adelante la hacía boliviana; me encantó y me hizo sentido.
Con esta visión de la bolivianidad que les propongo, me hice la pregunta —¿Qué sigue, qué hacemos?— Entonces decidí sumar a esta propuesta dos acciones concretas, también como una propuesta. Primero, renovar la cultura política y llenarla de voluntad política e integridad; es a largo plazo, pero creo que sí es posible revertir los datos del inicio con voluntad política y con tiempo. Lamentablemente, el rol de los políticos está ensuciado, pero claro, con los índices de corrupción que se perciben, el mal manejo de recursos públicos, clientelismo, nepotismo, prebendalismo, ¿cómo no? Pareciera que cuando hay alguien verdaderamente íntegro, con ética clara, que quiere hacer las cosas bien y enfrentarse a un sistema enorme y monstruoso, casi siempre salen corriendo o ni siquiera quieren entrar al sistema político partidario.
Y claro, en un momento dado, las generaciones con más añitos, metidos en política y acostumbrados a sus mañas y a sus mecanismos de conservación del poder, cuando les digo sobre modificar estos mecanismos y de renovar la cultura política, me dicen —“Así funcionan las cosas, Natalia, ya te vas a dar cuenta, es porque eres joven”.— A veces, me frustro y les creo, pero creo que hay que ser rebeldes, con esto no permitir que nos bajen la moral porque somos jóvenes y muy “idealistas”.
Se puede cambiar la cultura política, porque las costumbres se van modificando con el tiempo, son dinámicas. He hablado con gente que se dedica a hacer política partidaria que verdaderamente destaca por su trabajo honesto y transparente; muchos ya son incluso de la tercera edad, y me dicen —“No les creas, sí se puede ser político y ser honesto”.— Me brillan los ojos, y creo que estas personas necesitan refuerzos. Refuerzos de gente que, sin importar su ideología política —si es de centro, de derecha o de izquierda—, tenga ganas de revertir estos datos que piensan que esta no puede ser nuestra realidad.
Nos quieren dividir, nos estamos dividiendo ridículamente entre fachos, tibios y zurdos, socialistas, liberales y comunistas. Parte de renovar esta cultura y de madurar políticamente es saber que siempre va a existir el otro, con postura política opuesta a la nuestra, siempre; hay que aprender a coexistir. En todo caso, habría que marcar una diferencia entre personas que tienen convicciones fuertes, con capacidad crítica, gente que cree que podemos renovar la forma de hacer política, gente que no está dispuesta a vender su conciencia por unos pesos; versus gente conformista que cree que esto es todo lo que podemos hacer, esa gente está por todos lados y pueden ser de izquierda, de derecha o de centro. Esto va más allá de lo ideológico partidario.
Sobre todo, la historia nos ha enseñado que repetimos ciclos una y otra y otra vez, con varios gobiernos; entonces no parece un tema del tipo de inclinación política ideológica para administrar la cosa pública, va más allá, pues, es la cultura política. Tuvimos varias épocas de crisis porque se terminaron nuestros yacimientos de plata, o de estaño, y ahora el gas. Ya tuvimos una época de alto déficit fiscal, de escasez de combustibles, y de alimentos.
En los 60’s, por ejemplo, René Barrientos Ortuño tuvo duras acusaciones por corrupción, por despilfarro por salir en helicópteros a cualquier comunidad para asistir a eventos y fiestas; tuvimos esa época de gastos insulsos. Ya hemos vivido esto, pero la memoria es corta, por eso hay que ver más allá de peleas simplonas entre socialismo y liberalismo. Lo que nos pasa es más profundo.
Por eso es necesario multiplicar espacios de reflexión, y crear partidos políticos democráticos internamente, teniendo en claro que debemos dejar de buscar un salvador. Una sola persona no nos va a salvar; dejemos de esperar al caudillo, los cambios políticos fundamentales tienen que estar sujetos a un horizonte nacional y no así a una persona, necesitamos solidificar nuestras instituciones y mejorar la credibilidad en la justicia. La institucionalidad sólida con gente íntegra nos hace también menos vulnerables a los intereses geopolíticos y agendas internacionales de todo tipo.
Segundo, hay que mirarnos al espejo y aceptar lo que somos. Aceptemos que todos los presidentes que hemos tenido han llegado ahí por nosotros, por acción o por omisión. También, parte de mirarnos al espejo y aceptar lo que somos es también entender que somos Choque como somos Vlahovic, somos Mamani y somos Suárez, somos indios, cholos, como somos k’aras, blancos, mestizos, somos jailones y somos yescas también. Mientras no seamos capaces de ver al otro sin negar e invisibilizar, no vamos a poder salir de este entuerto; hay que sincerarnos con lo que somos.
Y cambiar esto es practicarlo día a día, escuchando, saliendo de la burbuja, dejando de desacreditar al otro solo porque es moreno o blanco. Eso implica incluso sacar del vocabulario insultos como “cholo de mierda” o “kara de mierda” (No equiparo estos insultos, uno tiene más peso histórico que el otro). Esto de las “dos Bolivias” irreconciliables no está tallado en piedra. Es posible salir de la negación con mucha voluntad de la población, es bien difícil, sí, pero es posible.
Por otro lado, también somos cambas y collas, chapacos, quechuas, aymaras y eso no debería ser un obstáculo; los datos de la Fundación ARU en 2023 nos muestran que el 83% de la población antepone su identidad boliviana en primer lugar, y después su identidad regional en un 8% y su identidad étnica en un 5%. Sí, tenemos identidades cruzadas: por ejemplo, aymara y boliviano, cruceño y boliviano, chapaco y boliviano; pero somos primero bolivianos, al menos así nos sentimos en un 83%.
Entonces les propongo este pequeño aporte para empezar a debatir y a rebatir todos estos argumentos, darle forma en los años que vienen. Vienen nuevas generaciones que abrirán nuevos ciclos políticos, vamos a tocar fondo con esta crisis económica, por eso es un excelente momento para la organización social, para organizarnos políticamente. Y sí, son varios retos: esto de entender lo que somos, de sincerarse, de salir del derrotismo, de tener prácticas políticas para la renovación de la cultura política, de las mañas de la vieja política que están presentes en todas las fuerzas políticas partidarias y no partidarias, de crear institucionalidad, instituciones compuestas por individuos que no vendan su conciencia.
Cada cierto tiempo, pareciera que nuevas generaciones surgen para empujar el curso de la historia y el inicio de nuevos ciclos. La generación de la independencia fue una por ejemplo, la generación de la postguerra del Chaco fue otra, la generación de la revolución del ‘52, o la generación de la vuelta a la democracia en 1982. ¿Y nuestra generación?, ¿estaremos a la altura del momento histórico? Necesitamos abrir un nuevo ciclo de reconciliación, hay que organizarnos, merecemos otros datos, hay esperanza. Crearemos partidos, haremos política, nos informaremos y nos involucraremos, pero por sobre todo, no perdamos la capacidad crítica y de escucha, podemos ser la generación del Bicentenario.